La “DOTE”, el tamaño importa

Por Lic. Gastón Gandolfi.

Una solución tradicional para un problema moderno de género

Ella acude a su psicólogo angustiada, buena parte de su vida atrajo a hombres conflictivos, quienes al principio se mostraban de una manera, pero luego cual lobos disfrazados de cordero o abuelita, al transcurrir el tiempo en la relación mostraban sus grandes colmillos: Celópatas, violentos, golpeadores, infieles, etc.

Al parecer él era distinto a los demás. Aunque ella creía percibir al principio un atisbo, un esbozo de algo raro en él, pero entre la pasión y las bellas palabras se quedaba dormida ante el primer beso cual Bella Durmiente, pero todo al revés, todo un antihéroe. Él ya no es distinto, hace tiempo o no tanto. No sabemos cuando fue la transformación, cual fue la luna llena que lo transmutó de hombre a lobo, menos sabemos si alguna vez fue hombre. A veces el cambio es de golpe, otras gradualmente.

Lo cierto es que ella dedicó parte de su vida a sus hijos. Profesora de ingles, amante de la danza o de las matemáticas, soñaba con tener su propia casa de té, etc. Ahora él no le pasa un mango, la ley lo avala debido a su miserable sueldo en blanco, o lo único que hace es drogarse y de vez en cuando, cuando su adicción le da un respiro, o un trabajo, lleva en moto-envío algo a alguien por unos mangos…

Me pregunto, ¿cuántas veces más tendré que escuchar en mí clínica relatos de esta calaña en una sociedad que se da el tupé de mirar a los mundos tradicionales y orientales desde arriba del hombro tildándolos de “machistas”, “incivilizados”, “anticuados”, “¡de cromañón!”? ¿Hasta cuándo? Y la respuesta late desde lo bajo de mi inconciente: “cada vez más y peor”.

Es cierto, que cabe analizar en el consultorio qué lleva a esta chica una y otra vez, o esta bendita vez, a éste tipo de relaciones. No menos cierto es que hasta los neuróticos merecemos una ley que nos proteja, principalmente de nosotros mismos, una ley en este caso arquetípica, a saber:

La dote. ¿Qué es la “dote”?

Dote viene del latín dotis y significa “dotación”. Desde un punto de vista grecorromano, ergo machista, la dote era el patrimonio que la futura esposa entregaban al novio -o de familia a familia-, siendo proporcional al estatus social del futuro esposo, refiere así etimológicamente a “estar bien dotado”.

La grecorromana no es sino una versión corrupta de otra exégesis sobre la dote, la cual perdura en distintas sociedades que se pueden aunar bajo el seudónimo de Tradición Primordial, donde la dote es la parte que corresponde a la mujer en el matrimonio, no al hombre.

Me resulta curioso que las culturas que se basan en el primer concepto de la dote mencionado, grecorromano, sean sobre las que se establecen las leyes y el sistema de vida occidental, el que tanto juzga de machista al otro hemisferio del mundo, significativo. Pero por ejemplo en el Islam, así como en otras tradiciones orientales, la dote no corresponde sino a la mujer. Un bien material que el novio debe ofrecer a su futura esposa antes de consumarse el casamiento, ella lo puede aceptar y todo continúa al son de y fueron felices y comieron perdices, o lo puede rechazar, entonces él deberá esforzarse por ofrecer algo más o el matrimonio no se consumará. Luego, durante el transcurso del matrimonio o si por alguna razón se divorcian, la mujer podrá renunciar o no a su dote.

¡Estar bien dotado!… ¿qué implica?

No solo de pan vive el hombre. He escuchado por ahí que un buen matrimonio tiene tres pilares, a saber: el sexo, el dinero y el amor.

Entonces, según dicha máxima, lo primero es tener buenas relaciones sexuales. Satisfactorias en todo sentido; físico, pasional, intelectual y sentimental, hasta espiritual si se quiere. Algo especialmente difícil para los cristianos, condenados por sus propias filosofías que ven al sexo como algo sucio. Pero todas las demás religiones, creo, en general, lo disfrutan, lo que incluye especialmente al ateísmo monógamo, y lo dejo ahí.

Lo segundo implica que el matrimonio tenga capacidad de generar recursos, poder adquisitivo. Tirando por la borda la utópica frase “contigo pan y cebolla”. Sí, contigo pan y cebolla hasta que pasa algo en lo que se requieren recursos y la cebolla te la tiran por la cabeza. Este tema es algo que naturalmente recae más en el varón, y digo naturalmente porque si desean tener hijos, por ejemplo 2, se entiende que la mujer estará 18 meses embarazada y por lo menos 12 meses amamantando, lo cual es muy poco, significa que a los 6 meses, cuando sus hijos todavía son bebés, deben dejarlos con alguna fulana y enchufarle una teta artificial llamada mamadera, con leche más artificial. Volveré sobre este tema más tarde ya que es lo central en este tratado.

Lo último es el amor…. O como diría una canción “¿Qué carajo es el amor?” (Las Pastillas del Abuelo). Escuché decir que “Amor es cuando el otro se caga encima y vos le limpias el culo”. Perdón a mis lectoras. Es decir, no sabemos qué es el amor pero podemos al menos tener la idea de que este último “pilar del buen matrimonio” consiste en esa admiración que uno debe tener por el otro. No estoy hablando de la pasión, hablo de una admiración ideal, intelectual-emocional, que nos permite no ver tanto sus defectos, ensalzar sus virtudes e incluso ver algunos de sus defectos como virtudes. Suene algo así en ellas, “hay que tierno”, cuando uno hace una estupidez manifiesta.

La dote se centra en el segundo pilar mencionado, la guita. Cuando una mujer se casa con un hombre y, como es natural, proyectan tener hijos, la mujer respecto a su capacidad económica, de generar recursos, ya arranca en inferioridad de condiciones. Si la idea es tener supongamos 2 críos, que sea una madre más o menos presente y los amamante, no como indica nuestra ley de prehistoria grecorromana de los 6 meses y ¡a la guardería!, o a lo sumo 6 meses más “sin goce de sueldo”; entonces tenemos una mujer que pasará entre 3 a 5 años sin poder trabajar o al menos con su capacidad de producción económica disminuida. Todo lo anterior descontando que ella quiera luego seguir dedicándose a la casa y a la familia, lo que por añadidura será para beneficio de su esposo, y también suponiendo que es por motu proprio -supongamos para no entrar en temas más enredosos todavía.

Por otro lado, dicen algunos estudiosos tradicionalistas ortodoxos, que esta dote no es sino la compensación para la mujer que en algunas religiones a diferencia del hombre no tiene derecho al divorcio sin causas válidas. ¿¿Sin “causas válidas”?? Creo que no se detienen en que los motivos o causas “válidas” que puede alegar una mujer podrían ser tantos o más que los que no alegue un hombre a la hora de dar el portazo. Perdón, me estoy arrogando la potestad de tildar a la opinión de estos estudiosos ortodoxos de incompleta y, ahora sí, machista. Mi defensa aquí es que la dote además debe compensar esos años que ella no pudo profesionalizarse o armar las bases para su oficio libremente, esa pausa o letargo en el tiempo que consistió en gestar los hijos de los dos, ¡no solo de ella!

Esta dote debe estar en relación a la capacidad adquisitiva del marido y no puede ser de otra manera salvo que él tenga una fábrica de dinero. Los romanos le pedían a la novia o su familia una dote en relación al status del futuro marido, la tradición primordial exige una dote al marido para la mujer en relación con su posición social. Suena mejor ¿no?, qué se yo… ¿Un auto, uno alta gama, un departamento, un local de lo que ella le guste, un taller de lo que ella trabaja, o el equivalente? Mejor no sigo porque me van a venir a buscar para colgarme, como los hombres de Springfield (Los Simpson) al romántico Apu.

¿Ahora cierra más por qué digo que la dote es un derecho natural de la mujer más allá de permisos para divorciarse? Debe representar en todos los casos esa parte que la mujer pierde, al menos esa parte. Pero no para que sea “la paridora pagada con pan” como diría bellamente Silvio Rodríguez, ya que ella participa en la decisión subjetivamente, continúa Silvio “ella prefiere también parir, pero después elegir donde ir”, para que cuando se reincorpore a sus actividades plenamente, esté parada en el mismo lugar o similar, ¡o mejor!, o si no quiere hacerlo también sea su elección.

Quizá por estas razones antiguamente eran las familias las que negociaban la dote. La mujer ama mejor que el hombre, muchas veces no le importa -¡sé que muchas veces sí!-, pero en general en el momento de casarse, embelesados tortolitos, lo que menos piensan es en la dote-guita. Allí bien viene un padre y/o madre, rígidos los dos, con cara de viejos malos y algunos años de experiencias en los hombros para decir: “¡Ojo!, cuando la pasión se va…”.

La dote debe ser por escrito previa al matrimonio y los hijos. Cuán equivocado a mi entender estaría Pablo Milanes, otro supuesto referente feminista, al decir “yo no te pido que me firmes mil papeles grises para amar”, olvidando lo simbólico y ritualista de la esencia humana, olvidando que la que más pierde allí es la mujer y olvidando principalmente que las palabras se las lleva el viento, más aún las palabras dichas apasionadamente.

No obstante un hombre que da dote no es un “buen hombre”, es un “hombre normal”. Ergo un hombre que no da dote o equivalente y pretende que ella sea la paridora, ese es un “mal hombre”. De hecho, no creo que tenga el derecho a ser llamado Hombre… ser Hombre, con todas las letras, implica el buen vínculo que uno tiene con su opuesto complementario, la mujer. Para establecerse con un opuesto hay que vincularse en relación complementaria con tal. El hombre que no sabe complementarse con la mujer no tiene derecho a ser llamado Hombre. Y el hombre que sí lo hace y da dote o equivalente no es que sea bueno, es normal.

Tal es así, tan arquetípico es, que la dote es propiedad de ella antes de conocerla. El varón que desea casarse y tener hijos, no solo debe adiestrarse en tener una buena facha y una buena labia, también debe trabajar para tener una dote grande en el momento de pensar en fundar una familia o al menos un proyecto que lo lleve a poder rendirla en algún momento futuro.

Pero la mujer moderna ha perdido su dignidad, percibe la dote como un “regalo” de parte del novio, le da vergüenza exigirla, por que siente que esto es “depender” o utópicamente cree que solamente debe unirlos el amor. Nada más lejos de la realidad, una mujer digna, que se respeta a sí misma, por ejemplo una mujer oriental íntegra, como lo grafica hermosamente Isao Takahata en el Cuento de la Princesa Kaguya, siempre sabe exigir una dote correspondiente a lo que ella está dispuesta a dar, una mujer arquetípica.

Tengamos en cuenta lo siguiente, la mujer comienza a menstruar alrededor de los 12 años y termina a los cuarenta y pico, luego viene la menopausia y todos los trastornos que esto conlleva, esto no solo para que ellas puedan ser madres, sino que también para que nosotros también, gracias a ellas y sus sacrificios. Por otro lado estamos bajo una realidad social, un mundo, y hasta una complexión física en general, si se quiere, que da más posibilidades productivas al hombre. Entonces, se cumpla o no, se de o no, se decida o no la paternidad la dote es su derecho arquetípico. También consideremos que la Tradición Primordial dio el derecho a la propiedad privada a la mujer cientos de años antes que las culturas occidentales. Y otro dato es que en las sociedades que se rigen tradicionalmente, para sumar a lo anterior, el dinero que el hombre gana es primera para la familia y luego, si le sobre digamos, para él. Y lo que la mujer gana es al revés, primero para ella y luego la familia.

Por último diré que la psicología junguiana, arquetipal, y las tradiciones tienen mucho que aportar a la lucha de la mujer digna por sus derechos primordiales -no a la extrema denominada por otros extremos “feminazis”-. Porque si la mujer resuena con sus derechos arquetípicos tiene la fuerza y la sabiduría mítica a su favor, y no solo filosofías baratas o conjeturas subjetivas a capricho de cada coyuntura histórico-política que cambia según pa´ donde sople el viento.

Entonces chicas, ya saben, en tanto dote ¡el tamaño importa! A exigir dotes grandes, hombres bien dotados. No en vista del grosor de su billetera sino de su capacidad para abrirla y dar a la mujer lo que le corresponde.

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